1999 |
Estados Unidos
EDtv
EDtv
Director: Ron Howard
Reparto: Dennis Hopper, Geoffrey Blake, Jenna Elfman, Martin Landau, Matthew McConaughey, Sally Kirkland
Periodismo como tema: Intermedio
IMDB: 6,1/10 |
Letterdbox: 2,7/5
El canal True TV comienza a seguir la vida de Ed, un ciudadano promedio, las 24 horas del día. El éxito del programa es inmediato, pero Ed deberá pagar un alto precio por la fama que viene con dicha cobertura.
El principal mérito del film está en la intención del director Ron Howard (también responsable de The Paper) de mostrar el funcionamiento mimético de los medios de comunicación y la sobreinformación, con noticias muchas veces triviales, que ese mecanismo genera.
La película narra la historia de Ed Pekurny (Matthew Mc Conaughey), una persona que responde al estereotipo del “individuo medio” que forma parte del imaginario social norteamericano. Es un amante de los “placeres simples”: le gusta jugar al pool, tomar cerveza y mirar fútbol americano por televisión. Su vida cambia cuando pasa a ser el protagonista de un reality show.
Con una temática similar, la película elude la megalomanía de Truman Show. El canal que transmite el programa no es una gran corporación sino una modesta señal regional de San Francisco (California) en quiebra, que busca levantar su audiencia siguiendo las fórmulas exitosas de otras pantallas televisivas. Como explica uno de los directivos, “en este negocio todos siguen al rebaño”. Así, no hay miles de cámaras sino que sólo un equipo técnico sigue a Ed.
El comienzo del reality es frustrante. La audiencia está desmotivada por la vulgaridad de la vida de Ed, la familia se avergüenza y los directivos quieren levantar el show. Hasta la gente se burla del protagonista cuando lo ve en la calle. Sin embargo, el mecanismo de la “circulación circular de la información” entra en funcionamiento. Surgen, entonces, los primeros debates en televisión sobre el programa. Y Howard parodia la excesiva auto-referencialidad de la televisión y la multiplicidad de personajes que aparecen en los talk shows como guardianes de la moralidad. Uno de ellos, es interpretado por el director de cine Michael Moore, que califica al show como “una fiesta en honor a la imbecilidad”.
La retroalimentación es exitosa y el programa crece en audiencia. El romance de Ed con Shari, la ex novia de su hermano (Jenna Elfmann) agrega el ingrediente ineludible de todo programa exitoso (y de toda película). El público femenino persigue al protagonista, le pide fotos y autógrafos. Ed ya es una celebridad. Los noticieros comentan el programa, es la “obsesión nacional”. Los periódicos publican encuestas sobre la imagen de los integrantes del programa. La medición de la novia es baja y, entonces, la prensa arma un ranking de las potenciales novias.
El mimetismo mediático no termina ahí. Ed es el personaje que todos los programas deben tener, el tema del que todos deben hablar. El protagonista concurre al programa de Jay Leno, los periodistas revisan la basura de Shari –que se va de la ciudad- y es tapa de los diarios sensacionalistas. La industria editorial no quiere perderse el “fenómeno Ed” y publica un libro del hermano (Woody Harrelson).
Ed TV también plantea el ingreso a la televisión como una forma de progreso económico. Y Howard elige hacer foco en la resignación de la privacidad a la que se ve obligado el protagonista. Su hermano le insiste en que sea la figura del reality show porque necesita la plata para instalar un gimnasio. “Tráeme esas cámaras y yo te prometo que las cosas van a cambiar. ¿Cuántas posibilidades tienen los tipos como nosotros?”, le explica. Sin embargo, la hermana le advierte que “ninguna vida es tan fantástica como para verla las 24 horas por televisión”.
Conforme se acrecienta el éxito del programa, la vida de Ed se hace cada vez más complicada. La persecución constante de las cámaras termina con su vida privada: pierde a su novia y no puede asistir al funeral de su padre. Y quiere escapar. Pero como los directivos no aceptan su renuncia al show, lanza un concurso en el que ofrece 10 mil dólares a quien le proporcione el dato “más bochornoso y degradante” sobre alguno de los directivos del canal. La extorsión triunfa cuando el protagonista accede a una información escandalosa sobre la vida del director del canal. La salvación de Ed llega paradójicamente, entonces, por el mismo mecanismo que lo esclavizaba: la publicidad de la vida privada.
La película narra la historia de Ed Pekurny (Matthew Mc Conaughey), una persona que responde al estereotipo del “individuo medio” que forma parte del imaginario social norteamericano. Es un amante de los “placeres simples”: le gusta jugar al pool, tomar cerveza y mirar fútbol americano por televisión. Su vida cambia cuando pasa a ser el protagonista de un reality show.
Con una temática similar, la película elude la megalomanía de Truman Show. El canal que transmite el programa no es una gran corporación sino una modesta señal regional de San Francisco (California) en quiebra, que busca levantar su audiencia siguiendo las fórmulas exitosas de otras pantallas televisivas. Como explica uno de los directivos, “en este negocio todos siguen al rebaño”. Así, no hay miles de cámaras sino que sólo un equipo técnico sigue a Ed.
El comienzo del reality es frustrante. La audiencia está desmotivada por la vulgaridad de la vida de Ed, la familia se avergüenza y los directivos quieren levantar el show. Hasta la gente se burla del protagonista cuando lo ve en la calle. Sin embargo, el mecanismo de la “circulación circular de la información” entra en funcionamiento. Surgen, entonces, los primeros debates en televisión sobre el programa. Y Howard parodia la excesiva auto-referencialidad de la televisión y la multiplicidad de personajes que aparecen en los talk shows como guardianes de la moralidad. Uno de ellos, es interpretado por el director de cine Michael Moore, que califica al show como “una fiesta en honor a la imbecilidad”.
La retroalimentación es exitosa y el programa crece en audiencia. El romance de Ed con Shari, la ex novia de su hermano (Jenna Elfmann) agrega el ingrediente ineludible de todo programa exitoso (y de toda película). El público femenino persigue al protagonista, le pide fotos y autógrafos. Ed ya es una celebridad. Los noticieros comentan el programa, es la “obsesión nacional”. Los periódicos publican encuestas sobre la imagen de los integrantes del programa. La medición de la novia es baja y, entonces, la prensa arma un ranking de las potenciales novias.
El mimetismo mediático no termina ahí. Ed es el personaje que todos los programas deben tener, el tema del que todos deben hablar. El protagonista concurre al programa de Jay Leno, los periodistas revisan la basura de Shari –que se va de la ciudad- y es tapa de los diarios sensacionalistas. La industria editorial no quiere perderse el “fenómeno Ed” y publica un libro del hermano (Woody Harrelson).
Ed TV también plantea el ingreso a la televisión como una forma de progreso económico. Y Howard elige hacer foco en la resignación de la privacidad a la que se ve obligado el protagonista. Su hermano le insiste en que sea la figura del reality show porque necesita la plata para instalar un gimnasio. “Tráeme esas cámaras y yo te prometo que las cosas van a cambiar. ¿Cuántas posibilidades tienen los tipos como nosotros?”, le explica. Sin embargo, la hermana le advierte que “ninguna vida es tan fantástica como para verla las 24 horas por televisión”.
Conforme se acrecienta el éxito del programa, la vida de Ed se hace cada vez más complicada. La persecución constante de las cámaras termina con su vida privada: pierde a su novia y no puede asistir al funeral de su padre. Y quiere escapar. Pero como los directivos no aceptan su renuncia al show, lanza un concurso en el que ofrece 10 mil dólares a quien le proporcione el dato “más bochornoso y degradante” sobre alguno de los directivos del canal. La extorsión triunfa cuando el protagonista accede a una información escandalosa sobre la vida del director del canal. La salvación de Ed llega paradójicamente, entonces, por el mismo mecanismo que lo esclavizaba: la publicidad de la vida privada.
Manuel Barrientos y Federico Poore