
1969 |
Argentina
La venganza del sexo
La venganza del sexo
Director: Emilio Vieyra, Jerald Intrator
Reparto: Aldo Barbero, Gloria Prat, Ricardo Bauleo
Periodismo como tema: Intermedio
IMDB: 4,8/10 |
Letterdbox: 3,0/5
El periodista Horacio Funes (Ricardo Bauleo) va tras la pista de un extraño científico que secuestra parejas de amantes.
Esta obra de culto del cine exploitation argentino se estrenó primero en Uruguay, dos años después en las salas porteñas y también se distribuyó en Estados Unidos, con 17 minutos de material adicional, que incluyen escenas de sexo entre mujeres y parejas orgiásticas acordes a los parámetros del softcore.
Filmada en blanco y negro, tiene como protagonista a Horacio Funes (Ricardo Bauleo), un periodista preocupado por una serie de crímenes contra personas jóvenes. En la sede policial, se encuentra con el inspector Benedict (Héctor Biuchet), quien le reprocha por su cobertura.
-No nos culpe inspector, la opinión pública necesita noticias -explica Funes.
-¿Cuándo dejarán de escribir brulotes a costa de la policía? ¿Qué busca con esto, alarmar más a la opinión pública? -se enoja el inspector.
El reportero responde que no escribe los títulos y que si lee los artículos con detalle, se dará cuenta que no está en contra de la policía. Funes le dice al inspector que cree que hay un experimento de un científico detrás de esta ola de desapariciones y que le recuerda un caso que sucedió en Europa varias décadas atrás. Benedict le pide que le lleve los antecedentes y, de esa forma, se produce una suerte de alianza entre el periodista y el policía, que estará cruzada por la cooperación y la desconfianza mutua.
Un lector se acerca al diario donde trabaja Funes, porque su esposa lee muchas novelas policiales y le ha pedido que cuente lo que él vio en el local nocturno en el que trabaja como camarero, donde también desapareció una bailarina de striptease. El periodista llama de urgencia a Benedict y el personal de la policía arma un identikit de un extraño personaje que estuvo en la boite la noche de la desaparición. El inspector ordena que el identikit se publique en todos los diarios y eso permite que un farmacéutico reconozca al sospechoso, que quiere comprar una gran cantidad de drogas. El boticario telefonea a Funes, quien a la vez convoca a Benedict. El inspector, sin embargo, dice que “no se come la historia del monstruo”.
La demora y el descreimiento policial hacen que el periodista asuma cada vez más una función detectivesca y heroica. Hace guardia en la droguería y, cuando el sospechoso regresa en busca de las drogas, decide seguirlo hasta su guarida. Sin embargo, cae en manos del ejército de autómatas que responde al Doctor Zoide/Humpp, quien decide convertir a Funes en una de las víctimas de su experimento. Mientras, Benedict se enoja porque el periodista decidió ir solo detrás del científico. “Je, el cuarto poder”, comenta el inspector.
Revelado también como vampiro, Humpp avanza con sus ensayos, que busca extraer una esencia que brota de las personas al mantener relaciones sexuales y le permite mantenerse joven. Pero Funes hará todo por impedir que el científico siga cometiendo sus crímenes. “¡Hay que salvarlos a todos!”, asegura revólver en mano.
En el gabinete de Humpp hay también cerebros parlantes y pantallas de vigilancia que registran cada una de las habitaciones en las que sus víctimas son sometidas a beber afrodisíacos y fornicar hasta la extenuación. En ese sentido, esta película puede leerse en un eje de conexión junto a The Mistery of the Wax Museum (1933) y la mexicana Santo en el museo de cera (1963).
Filmada en blanco y negro, tiene como protagonista a Horacio Funes (Ricardo Bauleo), un periodista preocupado por una serie de crímenes contra personas jóvenes. En la sede policial, se encuentra con el inspector Benedict (Héctor Biuchet), quien le reprocha por su cobertura.
-No nos culpe inspector, la opinión pública necesita noticias -explica Funes.
-¿Cuándo dejarán de escribir brulotes a costa de la policía? ¿Qué busca con esto, alarmar más a la opinión pública? -se enoja el inspector.
El reportero responde que no escribe los títulos y que si lee los artículos con detalle, se dará cuenta que no está en contra de la policía. Funes le dice al inspector que cree que hay un experimento de un científico detrás de esta ola de desapariciones y que le recuerda un caso que sucedió en Europa varias décadas atrás. Benedict le pide que le lleve los antecedentes y, de esa forma, se produce una suerte de alianza entre el periodista y el policía, que estará cruzada por la cooperación y la desconfianza mutua.
Un lector se acerca al diario donde trabaja Funes, porque su esposa lee muchas novelas policiales y le ha pedido que cuente lo que él vio en el local nocturno en el que trabaja como camarero, donde también desapareció una bailarina de striptease. El periodista llama de urgencia a Benedict y el personal de la policía arma un identikit de un extraño personaje que estuvo en la boite la noche de la desaparición. El inspector ordena que el identikit se publique en todos los diarios y eso permite que un farmacéutico reconozca al sospechoso, que quiere comprar una gran cantidad de drogas. El boticario telefonea a Funes, quien a la vez convoca a Benedict. El inspector, sin embargo, dice que “no se come la historia del monstruo”.
La demora y el descreimiento policial hacen que el periodista asuma cada vez más una función detectivesca y heroica. Hace guardia en la droguería y, cuando el sospechoso regresa en busca de las drogas, decide seguirlo hasta su guarida. Sin embargo, cae en manos del ejército de autómatas que responde al Doctor Zoide/Humpp, quien decide convertir a Funes en una de las víctimas de su experimento. Mientras, Benedict se enoja porque el periodista decidió ir solo detrás del científico. “Je, el cuarto poder”, comenta el inspector.
Revelado también como vampiro, Humpp avanza con sus ensayos, que busca extraer una esencia que brota de las personas al mantener relaciones sexuales y le permite mantenerse joven. Pero Funes hará todo por impedir que el científico siga cometiendo sus crímenes. “¡Hay que salvarlos a todos!”, asegura revólver en mano.
En el gabinete de Humpp hay también cerebros parlantes y pantallas de vigilancia que registran cada una de las habitaciones en las que sus víctimas son sometidas a beber afrodisíacos y fornicar hasta la extenuación. En ese sentido, esta película puede leerse en un eje de conexión junto a The Mistery of the Wax Museum (1933) y la mexicana Santo en el museo de cera (1963).
Manuel Barrientos y Federico Poore