The Angry Hills

La combinación entre Robert Mitchum, Robert Aldrich, el novelista Leon Uris, el espionaje y contraespionaje de la II Guerra Mundial y los paisajes griegos hacían prever una película tan sólida como exitosa en la taquilla. Pero, en este caso, todo es mucho menos que la suma de las partes. El resultado es una obra claramente fallida y un gran fracaso en las boleterías.

Con la invasión nazi a Grecia como telón de fondo, Mitchum es Mike Morrison, un corresponsal americano que debe pasar de modo circunstancial por Atenas y solo está dispuesto a poner en práctica su hedonismo. Los planes se alteran cuando uno de los líderes de la resistencia griega lo contacta y le pide que, durante su inminente viaje a Londres, entregue una lista con los nombres de agentes secretos a los ingleses.

Pese al evidente desgano, termina con la lista en sus manos y será perseguido por la Gestapo y los colaboracionistas griegos por todo el país. El rol del periodista de Morrison no es más que una excusa para colocar a un hombre común en circunstancias excepcionales, entre intrigas, espionajes, persecuciones y el tratamiento banal de los fusilamientos masivos.

El tono general de la obra es tan displicente como su personaje principal. Aldrich reconoció que la película era “horrible, una broma”. Hay, sin embargo, algunas líneas de diálogos sarcásticos sobre el periodismo, como cuando el líder de la Gestapo les advierte a los campesinos: “¿Saben lo que es un corresponsal extranjero? Es ese tipo de cobardes que observan mientras otros mueren, con el fin de publicar su versión de lo ocurrido de tal modo que su periódico venda más?”.