The Front Runner

Basada en una historia real, narra uno de los puntos de quiebre más importantes en la relación entre el periodismo y la política en los Estados Unidos del siglo XX: la invasión a la intimidad en el caso Hart.
Senador por Colorado, Gary Hart es el favorito en las primarias demócratas para la presidencia en 1988. Y, ante la imposibilidad de reelección de Ronald Reagan, también tiene fuertes chances de lograr la victoria en una eventual elección contra el vicepresidente George Bush.

Luego de perder las internas en 1984, Hart se ha convertido en la esperanza demócrata y tiene gran raigambre en los jóvenes. Es un político sólido, con impronta renovadora y lleno de ideas novedosas. Su campaña avanza a paso firme, aunque su equipo de asesores querría que el candidato muestra más su “costado humano” y no se centre solo en su plataforma de políticas públicas. Pero, en ese aspecto, Hart es un político a la vieja usanza, que se niega a abrir aspectos de su vida privada a la prensa.

Con todo, la campaña choca con un problema inesperado. El Miami Herald publica fotos que muestran a Hart con una joven integrante de su equipo. También el Washington Post recibe información sobre la supuesta relación extramatrimonial del candidato, y en la redacción se da un debate acerca de si es publicable o no esa noticia que atañe a la intimidad del candidato.

Y es ahí donde se da el giro en la prensa considerada “seria”. Uno de los periodistas menciona un momento en que el ex presidente Lyndon B. Johnson le dijo a los medios que iban a ver a muchas mujeres entrar y salir de su habitación de hotel y les instó a que no escribieran sobre eso, tal cual había ocurrido con su antecesor John F. Kennedy. Y, en los años sesenta, la prensa había decidido no difundir esa información, ya que era considerada parte de la privacidad de las figuras políticas. Pero el infoentretenimiento avanza, los intereses del público han cambiado y Hart es de los primeros candidatos en sufrir esta nueva postura de los medios. En una conferencia de prensa, el líder demócrata defiende su privacidad y se enfrenta a la prensa. Su campaña se va a pique y su estrella se apaga.

Pese a contar con buenas actuaciones, la película transita cierta tono de mediocridad y nunca termina de levantar vuelo. Fue tan desapercibida para el público como para la crítica. Una de las curiosidades de la puesta en escena dispuesta por Reitman es que sólo utilizó tecnología disponible en la década de 1980. Alfred Molina interpreta a Ben Bradlee, el influyente editor del Washington Post, que antes había sido encarnado por Jason Robards en All the President's Men y Tom Hanks en The Post.