Boca de Ouro

Boca de Ouro es el poderoso y carismático jefe del juego clandestino y una figura casi mítica en su comunidad. De dentadura perfecta, obligó a un odontólogo a que le arrancara todas las piezas dentales y le implantara dientes de oro. Su muerte genera revuelo en toda la prensa. El jefe de redacción del vespertino Sol envía al mejor de sus periodistas, Caveirinha, junto a un fotógrafo, a entrevistar a Guigui, una ex amante del criminal. Le recomienda que no le cuente que Boca está muerto, quiere lograr una exclusiva de tapa, que aumente la tirada del periódico.
“Sé cosas increíbles, pero no conviene que las diga, para qué”, señala la mujer ante la requisitoria periodística. Su nuevo esposo también le pide que no hable. Pero lo hace. Y entrega no una, sino tres versiones de un mismo hecho. Cada relato de la mujer muestra las variaciones de su estado emocional. En la primera versión, aún no sabe que Boca de Oro está muerto, y lo retrata como un hombre tiránico e impiadoso, que asesina a un pobre hombre para quedarse con su mujer. Después se entera del asesinato del criminal y pide que no publique nada, porque habló por “pura vanidad”. Ante el llamado telefónico del jefe de redacción, Guigui entrega una mirada muy distinta. Ahora Boca de Oro aparece como un benefactor popular, y se ve enredado en una trama extorsiva de la pareja. Esta versión enoja al marido de Guigui, que decide irse de la casa. Entonces el reportero Caveirinha busca que se reconcilien. Y mientras van en auto a la morgue, Guigui cuenta una tercera versión de la misma historia, que exhibe no solo el modo cruento con el que ejerce su poder, sino también sus temores e inseguridades.

Entre Scarface y Rashomon, la película pone en tela de juicio el estatuto de la “verdad” y las dificultades del periodismo en relación con fuentes que siempre tienen intereses diversos a la hora de dar su punto de vista sobre un acontecimiento. Con inteligencia, Pereira realiza variaciones sutiles en la representación de cada uno de los tres relatos, adoptando la mirada de Guigui.

También se reserva críticas a la espectacularización que realizan los medios sobre la muerte del criminal e, incluso, a la tendencia snob en la que en aquellos años incurría el neorrealismo.

Está basada en la exitosa pieza teatral homónima de Nelson Rodrigues, que volvería a ser llevada al cine por Walter Avancini en 1990 y por Daniel Filho -uno de los protagonistas de la versión de Pereira- en 2019.