135
1981 |
Polonia
Czlowiek z zelaza
El hombre de hierro
Director: Andrzej Wajda
Reparto: Jerzy Radziwilowicz, Krystyna Janda, Marian Opania
Periodismo como tema: Intermedio
IMDB: 7,4/10 |
Letterdbox: 3,6/5
N Oscar, G Cannes, N César
Narra las jornadas revolucionarias en los astilleros navales de Gdansk protagonizadas por los obreros del sindicato Solidaridad. Un periodista radiofónico, más amigo del régimen comunista que de la verdad, debe cumplir con una campaña de difamación contra un destacado militante del sindicato.
Una película ineludible para comprender el surgimiento del Comité de Coordinación Nacional del Sindicato Libre Solidaridad en Polonia y la figura emblemática de su líder, Lecha Walesa; también es una obra fundamental para analizar el rol de los medios de comunicación y del periodismo en la Europa del Este bajo la hegemonía soviética.
La leyenda cuenta que Andrzej Wajda se interesó en las huelgas que se estaban llevando adelante en los astilleros de Gdańsk y de Gdynia a principios de la década de 1980 y que, al finalizar su recorrida, uno de los trabajadores le pidió que llevara al cine la gesta de los sindicatos libres. Wajda se comprometió con el desafío y decidió continuar con la estructura a la Citizen Kane y los personajes que había utilizado en la anterior Człowiek z marmuru (1977).
El gobierno de la República Popular de Polonia le encarga a Winkel (una descomunal actuación de Marian Opania), un empleado de la televisión de Estado, que se infiltre entre los obreros en huelga de los astilleros para investigar la actividad de los sindicatos y, especialmente, a uno de sus referentes: Maciek Tomczyky, quien había participado en los levantamientos estudiantiles de 1968 y luego quedó marcado a fuego por el asesinato de su padre en las revueltas obreras de principios de los años 70. Si en el filme previo, Winkel se encargaba de relatar la historia del padre de mármol, aquí debe poner el foco sobre el hijo de hierro.
El periodista, entonces, irá contando la historia de Maciek a través de entrevistas con compañeros de militancia, la esposa y otros personajes. Cada diálogo abre distintos flashback, en los que Wajda combina registros ficcionales con imágenes documentales. El propio Lech Walesa aparece en la línea documental que registra con imágenes reales el triunfo de los huelguistas; y, al mismo tiempo, participa de una escena ficcional en la que se celebra la boda de Maciek.
Entre personajes monolíticos, tallados por la épica incorruptible de los sindicatos libres, el reportero Winkel está atravesado por sus contradicciones y ambigüedades, el cinismo y el alcoholismo patético, las oscilaciones entre las presiones y los beneficios que recibe del Gobierno para operar en los medios contra los huelguistas, y la empatía que va generando con sus entrevistados, que lo remontan a sus comienzos en el periodismo y a la cobertura que realizó unos años atrás sobre el padre de Maciek. En cierta forma, la película es una posibilidad de redención para el periodista por el tiempo en que fue servil a los intereses oficiales y obedeció a la censura; es también una oportunidad de redención a los medios de comunicación polacos para los nuevos tiempos que se venían con la caída del régimen comunista y el ascenso de Walesa al poder, que se materializó en 1990. Pero no es un pase libre, es una redención acotada, memoriosa, no indulgente.
Fue la primera película polaca en obtener la Palma de Oro; y también se convirtió en la primera secuela en obtener la máxima distinción en el Festival de Cannes.
La leyenda cuenta que Andrzej Wajda se interesó en las huelgas que se estaban llevando adelante en los astilleros de Gdańsk y de Gdynia a principios de la década de 1980 y que, al finalizar su recorrida, uno de los trabajadores le pidió que llevara al cine la gesta de los sindicatos libres. Wajda se comprometió con el desafío y decidió continuar con la estructura a la Citizen Kane y los personajes que había utilizado en la anterior Człowiek z marmuru (1977).
El gobierno de la República Popular de Polonia le encarga a Winkel (una descomunal actuación de Marian Opania), un empleado de la televisión de Estado, que se infiltre entre los obreros en huelga de los astilleros para investigar la actividad de los sindicatos y, especialmente, a uno de sus referentes: Maciek Tomczyky, quien había participado en los levantamientos estudiantiles de 1968 y luego quedó marcado a fuego por el asesinato de su padre en las revueltas obreras de principios de los años 70. Si en el filme previo, Winkel se encargaba de relatar la historia del padre de mármol, aquí debe poner el foco sobre el hijo de hierro.
El periodista, entonces, irá contando la historia de Maciek a través de entrevistas con compañeros de militancia, la esposa y otros personajes. Cada diálogo abre distintos flashback, en los que Wajda combina registros ficcionales con imágenes documentales. El propio Lech Walesa aparece en la línea documental que registra con imágenes reales el triunfo de los huelguistas; y, al mismo tiempo, participa de una escena ficcional en la que se celebra la boda de Maciek.
Entre personajes monolíticos, tallados por la épica incorruptible de los sindicatos libres, el reportero Winkel está atravesado por sus contradicciones y ambigüedades, el cinismo y el alcoholismo patético, las oscilaciones entre las presiones y los beneficios que recibe del Gobierno para operar en los medios contra los huelguistas, y la empatía que va generando con sus entrevistados, que lo remontan a sus comienzos en el periodismo y a la cobertura que realizó unos años atrás sobre el padre de Maciek. En cierta forma, la película es una posibilidad de redención para el periodista por el tiempo en que fue servil a los intereses oficiales y obedeció a la censura; es también una oportunidad de redención a los medios de comunicación polacos para los nuevos tiempos que se venían con la caída del régimen comunista y el ascenso de Walesa al poder, que se materializó en 1990. Pero no es un pase libre, es una redención acotada, memoriosa, no indulgente.
Fue la primera película polaca en obtener la Palma de Oro; y también se convirtió en la primera secuela en obtener la máxima distinción en el Festival de Cannes.
Manuel Barrientos y Federico Poore