198

1980 |
Argentina

La discoteca del amor

La discoteca del amor

Director: Adolfo Aristarain
Reparto: Cacho Castaña, Mónica Gonzaga, Ricardo Darín, Stella Maris Lanzani
Periodismo como tema: Lateral
star
IMDB: 4,8/10 |
Letterdbox: N/A/5

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Los directivos de una compañía grabadora descubren que sus canciones son pirateadas. Un detective y su ayudante salen a la búsqueda de la banda involucrada en el delito.
A fines de los años setenta, con la dictadura imperando en la Argentina, la productora Aries puso en marcha una saga de películas que tenían como objetivo central la promoción de figuras de la música local. La tercera y la cuarta de esas cintas fueron dirigidas por uno de los grandes talentos emergentes del cine nacional: Adolfo Aristarain. Si en la anterior La playa del amor (estrenada en febrero de 1980), el director había hecho lo que podía con una trama ya escrita por Gius, aquí se hizo cargo del guión y aprovechó para realizar prácticas de escamoteo, entre canción y canción, demostrando su amor por el policial y por la historia del cine y haciendo referencias oblicuas al terrorismo de Estado.

Los directivos de una gran compañía discográfica descubren que sus álbumes más exitosos están siendo pirateados y contratan a un detective poco avezado (Tincho Zabala) para que investigue a los criminales. Hay matones, infiltrados, cadáveres tirados a un tacho de basura, citas cinematográficas varias (los personajes se llaman Lugosi, Beaudine, aparece un libro sobre James Cagney) y también periodistas radiofónicos.

Joven galán, Ricardo Darín interpreta al locutor Eddie Ulmer (un homenaje al director Edgar G. Ulmer), quien junto a Deborah Savage (Stella Maris Lanzani) conducen el ciclo “La discoteca del amor” en la radio El Dorado. Juntos asisten a un recital y como Eddie porta un grabador es el primer acusado de estar involucrado en la red de piratería, pero Deborah es admirada por su trabajo y se salvan de la imputación. Bohemio, noctámbulo, mujeriego, Eddie también despierta fanatismo ni bien reconocen su voz, en especial entre el público femenino. Aunque, como suele ocurrir, la popularidad no se enlaza con la rentabilidad. “Yo no gano mucho”, reconoce.

Ante el desconcierto de la discográfica, Ulmer propone un plan para desbaratar a la banda clandestina. Y pronto los matones caen en la trampa y llegan a la radio. Con astucia, Eddie y Deborah simulan que es un radioteatro y logran que se vayan de la emisora. Más tarde, también usarán el directo radial para develar quién es el verdadero jefe de la pandilla. Así, el periodismo se muestra como una herramienta para luchar contra el crimen organizado.

Manuel Barrientos y Federico Poore