6
1976 |
Estados Unidos
Network
Network, un mundo implacable / Poder que mata
Director: Sidney Lumet
Reparto: Faye Dunaway, Ned Beatty, Peter Finch, Robert Duvall, William Holden
Periodismo como tema: Central
IMDB: 8,1/10 |
Letterdbox: 4,2/5
G Oscar, G Golden Globes, G BAFTA
Una cadena de televisión explota para su propio beneficio los desvaríos y revelaciones sobre los medios de un ex presentador trastornado.
El veterano presentador Howard Beale (Peter Finch) se entera de que están por cancelar su noticiero debido a bajos números de rating. Antes de irse, Beale anuncia al aire que, en una de las próximas emisiones, se suicidará frente a cámaras. El hecho provoca una gran expectativa entre la audiencia, lo que convierte al programa de Beale y su furia populista en el más visto de la televisión. La directora de programación Diana Christensen (Faye Dunaway) ve la oportunidad para explotar el show, con consecuencias dramáticas. Esta sátira sobre la televisión basura del director Sidney Lumet y el guionista Paddy Chayefsky fue un éxito de taquilla -sexuplicó su presupuesto original- y ganó cuatro Premios de la Academia, incluyendo un Oscar póstumo como mejor actor para Finch.
Si All the President´s Men entroniza la figura de la prensa heroica y baluarte de los valores democráticos, en el mismo año Network muestra la contracara más oscura, con una historia que evidencia el declive del periodismo en la televisión y su reemplazo por el entretenimiento y el sensacionalismo.
Luego de enviudar, la estrella de Beale se empieza a apagar y su programa se desmorona en el rating. Desde la cadena UBS le avisan que en dos semanas estará fuera del aire. Su amigo y jefe directo, Max Schumacher (William Holden), también es un periodista de la vieja camada, formado en la escuela de Ed Murrow y Walter Conkrite. Mientras comparten penas en un bar, Beale le dice que se va a matar al aire en su programa. Y Max le responde con sarcasmo que su fama aumentaría, al menos en un 50%, y comenta: “Podríamos crear el programa La Hora de la Muerte, el gran show del domingo por la noche para toda la familia”.
La ironía, sin embargo, se transforma horas más tarde en realidad. Beale anuncia al aire que se suicidará en directo en dos semanas, porque el programa es lo único que lo mantiene con vida. “Será emocionante y divertido”, ironiza. Todas las cadenas televisivas comienzan a hablar del tema y la directora de programación olfatea que el show que propone Beale podría tributar muy bien en las mediciones. Christensen es la quintaesencia del sensacionalismo, sus decisiones harían empalidecer a Chuck Tatum de Ace in the Hole.
En una ronda de accionistas, el CEO de la UBS Frank Hackett (Robert Duvall) da cuenta de las pérdidas de la División Noticias de la cadena y anuncia que hará recortes, trasladando el peso de las coberturas a las filiales locales. La decisión desemboca en la renuncia de Max, porque se opone al recorte de autonomía. Y su caída es el principio del fin de la racionalidad. A partir de ahí, todo queda en manos de Hackett y Christensen, que convierten a Beale en un “profeta furioso que denuncia la hipocresía de estos tiempos”. Y pese a los brotes psicóticos del presentador, nada los frena.
“La televisión es espectáculo, las noticias deben tener un poco de teatro”, explica Christensen y da a conocer su recetario: “Sexo, escándalo, crimen brutal, deportes, niños con enfermedades incurables y perritos perdidos”. Mientras Beale agita a su público y le pide que se enoje por la situación del país, la inseguridad, la depresión económica, la directora de programación comenta: “Descubrimos una mina de oro”. Y cuando negocia con un grupo terrorista de ultraizquierda para emitir un ciclo denominado “La hora de Mao Tse Tung”, les alecciona: “Estamos hablando de 30 a 50 millones de personas por programa. Es mejor que repartir panfletos impresos por un mimeógrafo en las esquinas de los barrios pobres”.
La solidez de las actuaciones fue reconocida en las distintas ceremonias de premiación, sumando galardones y candidaturas no sólo para Finch, sino también para Dunaway, Holden, Duvall y hasta para Beatrice Straight, quien se llevó el Oscar a la mejor actriz de reparto pese a aparecer en tan solo dos escenas. También se destaca la potencia narrativa y la solidez de la puesta en escena del director Sidney Lumet, quien apostó a un sistema de iluminación in crescendo. En las primeras escenas utilizó la menor cantidad de luz posible, filmando en un tono casi documental; y, a medida que avanzaba la trama, fue agregando más luz y más movimientos de cámara, con la idea de transmitir visualmente el enceguecimiento que generan los medios en sus audiencias.
“La película muestra con humor y ferocidad el servilismo del público, la deformación de las noticias, el sensacionalismo, los estrellatos dudosos, las querellas intestinas del ambiente televisivo, las lacras de la televisión comercial y la inescrupulosa manipulación de las audiencias”, sintetizó el crítico argentino Agustín Neifert en su libro Periodismo y periodistas en el cine. Por su parte, Joshua Klein, en 1001 películas que hay que ver antes de morir, aseguró: “Las escenas amargas y desesperadas, así como las sombríamente cómicas,se suceden con tanta rapidez que el espectador apenas se da cuenta de que la película es un retrato condenatorio no sólo de los que nos proporcionan la televisión, sino también de nosotros, los espectadores compulsivos”.
Si All the President´s Men entroniza la figura de la prensa heroica y baluarte de los valores democráticos, en el mismo año Network muestra la contracara más oscura, con una historia que evidencia el declive del periodismo en la televisión y su reemplazo por el entretenimiento y el sensacionalismo.
Luego de enviudar, la estrella de Beale se empieza a apagar y su programa se desmorona en el rating. Desde la cadena UBS le avisan que en dos semanas estará fuera del aire. Su amigo y jefe directo, Max Schumacher (William Holden), también es un periodista de la vieja camada, formado en la escuela de Ed Murrow y Walter Conkrite. Mientras comparten penas en un bar, Beale le dice que se va a matar al aire en su programa. Y Max le responde con sarcasmo que su fama aumentaría, al menos en un 50%, y comenta: “Podríamos crear el programa La Hora de la Muerte, el gran show del domingo por la noche para toda la familia”.
La ironía, sin embargo, se transforma horas más tarde en realidad. Beale anuncia al aire que se suicidará en directo en dos semanas, porque el programa es lo único que lo mantiene con vida. “Será emocionante y divertido”, ironiza. Todas las cadenas televisivas comienzan a hablar del tema y la directora de programación olfatea que el show que propone Beale podría tributar muy bien en las mediciones. Christensen es la quintaesencia del sensacionalismo, sus decisiones harían empalidecer a Chuck Tatum de Ace in the Hole.
En una ronda de accionistas, el CEO de la UBS Frank Hackett (Robert Duvall) da cuenta de las pérdidas de la División Noticias de la cadena y anuncia que hará recortes, trasladando el peso de las coberturas a las filiales locales. La decisión desemboca en la renuncia de Max, porque se opone al recorte de autonomía. Y su caída es el principio del fin de la racionalidad. A partir de ahí, todo queda en manos de Hackett y Christensen, que convierten a Beale en un “profeta furioso que denuncia la hipocresía de estos tiempos”. Y pese a los brotes psicóticos del presentador, nada los frena.
“La televisión es espectáculo, las noticias deben tener un poco de teatro”, explica Christensen y da a conocer su recetario: “Sexo, escándalo, crimen brutal, deportes, niños con enfermedades incurables y perritos perdidos”. Mientras Beale agita a su público y le pide que se enoje por la situación del país, la inseguridad, la depresión económica, la directora de programación comenta: “Descubrimos una mina de oro”. Y cuando negocia con un grupo terrorista de ultraizquierda para emitir un ciclo denominado “La hora de Mao Tse Tung”, les alecciona: “Estamos hablando de 30 a 50 millones de personas por programa. Es mejor que repartir panfletos impresos por un mimeógrafo en las esquinas de los barrios pobres”.
La solidez de las actuaciones fue reconocida en las distintas ceremonias de premiación, sumando galardones y candidaturas no sólo para Finch, sino también para Dunaway, Holden, Duvall y hasta para Beatrice Straight, quien se llevó el Oscar a la mejor actriz de reparto pese a aparecer en tan solo dos escenas. También se destaca la potencia narrativa y la solidez de la puesta en escena del director Sidney Lumet, quien apostó a un sistema de iluminación in crescendo. En las primeras escenas utilizó la menor cantidad de luz posible, filmando en un tono casi documental; y, a medida que avanzaba la trama, fue agregando más luz y más movimientos de cámara, con la idea de transmitir visualmente el enceguecimiento que generan los medios en sus audiencias.
“La película muestra con humor y ferocidad el servilismo del público, la deformación de las noticias, el sensacionalismo, los estrellatos dudosos, las querellas intestinas del ambiente televisivo, las lacras de la televisión comercial y la inescrupulosa manipulación de las audiencias”, sintetizó el crítico argentino Agustín Neifert en su libro Periodismo y periodistas en el cine. Por su parte, Joshua Klein, en 1001 películas que hay que ver antes de morir, aseguró: “Las escenas amargas y desesperadas, así como las sombríamente cómicas,se suceden con tanta rapidez que el espectador apenas se da cuenta de que la película es un retrato condenatorio no sólo de los que nos proporcionan la televisión, sino también de nosotros, los espectadores compulsivos”.
Manuel Barrientos y Federico Poore