
75
1950 |
Japón
Shûbun
Escándalo
Director: Akira Kurosawa
Reparto: Noriko Sengoku, Shirley Yamaguchi, Toshirô Mifune, Yôko Katsuragi
Periodismo como tema: Central
IMDB: 7,2/10 |
Letterdbox: 3,4/5
Una revista sensacionalista informa sobre un supuesto romance entre una cantante y un artista plástico. El pintor decide llevar el caso a tribunales.
Antes del reconocimiento mundial con su clásico Rashomon, ese mismo año Akira Kurosawa rodó esta comedia dramática que denuncia a la prensa sensacionalista y tiene, como telón de fondo, la creciente influencia norteamericana sobre Japón.
Toshiro Mifune es Ichiro Aoye, un reconocido artista plástico que mientras retrata un paisaje montañés se encuentra por casualidad con Miyako Saijo, una cantante muy famosa. Él la acerca a una posada y terminan en habitaciones contiguas. Aoye se queja de las etiquetas que le ponen los críticos de arte y se solidariza con Miyako por los costos que debe pagar por su fama. Mientras dialogan de balcón a balcón, un paparazzi los fotografía. Uno de los periodistas duda sobre el verdadero carácter de la imagen, pero el director de la revista Amour se muestra tan implacable como excitado. “Aunque sea mentira, una vez impreso, el público lo cree. Además la foto lo prueba”, sostiene con cinismo. Y agrega: “En todo caso, luego imprimiremos una disculpa en donde nadie la lea”.
La fotografía termina en la portada, y genera un gran éxito de ventas. Kurosawa muestra cómo la imagen puebla el paisaje urbano, desde los kioscos de diarios a los afiches en las paredes y los anuncios en el transporte público.
Aoye estalla de furia, va hasta la redacción y golpea al director, que aprovecha la furia del artista para victimizarse y generar una nueva portada. “Pelearé por la libertad de prensa, mi lema es: siempre toda la verdad”, le dice a sus colegas.
El artista plástico decide llevar el caso a tribunales, pese a la resistencia inicial de Miyako. Molestos ante la incesante invasión de sus vidas privadas, ambos ven cómo crece la asistencia a sus muestras de arte o sus recitales. “Todo lo que quieren es más escándalo”, dice el personaje interpretado por Mifune con amargura.
El director de la revista celebra: “¡No hay mejor publicidad que una demanda!” Es el gran villano: no le importa la veracidad de la información, se muestra tan arrogante como ambicioso y no duda en corromper al abogado de Aoye.
Las audiencias en tribunales adquieren una gran cobertura mediática, cada testigo declara bajo los permanentes fogonazos de los flashes, en una suerte de advertencia acerca de la incipiente espectacularización de la justicia. Con un final de redención para uno de los personajes más complejos y queribles (el abogado encarnado por Takashi Shimura), la película toma un tono cercano al cine de Frank Capra, aunque aquí el aire general es decididamente más amargo y el periodismo sufre la condena judicial.
Kurosawa aseguró que la película estaba basada en un caso real y representaba una protesta sobre “la habitual confusión de la prensa entre libertad y licencia. La intimidad personal nunca es respetada y las revistas de escándalo son las peores infractoras”.
Si bien no está considerada como una de sus obras mayores, el director muestra aquí su gran sentido de la puesta en escena: la cámara está ubicada donde debe estar en cada uno de los planos.
Toshiro Mifune es Ichiro Aoye, un reconocido artista plástico que mientras retrata un paisaje montañés se encuentra por casualidad con Miyako Saijo, una cantante muy famosa. Él la acerca a una posada y terminan en habitaciones contiguas. Aoye se queja de las etiquetas que le ponen los críticos de arte y se solidariza con Miyako por los costos que debe pagar por su fama. Mientras dialogan de balcón a balcón, un paparazzi los fotografía. Uno de los periodistas duda sobre el verdadero carácter de la imagen, pero el director de la revista Amour se muestra tan implacable como excitado. “Aunque sea mentira, una vez impreso, el público lo cree. Además la foto lo prueba”, sostiene con cinismo. Y agrega: “En todo caso, luego imprimiremos una disculpa en donde nadie la lea”.
La fotografía termina en la portada, y genera un gran éxito de ventas. Kurosawa muestra cómo la imagen puebla el paisaje urbano, desde los kioscos de diarios a los afiches en las paredes y los anuncios en el transporte público.
Aoye estalla de furia, va hasta la redacción y golpea al director, que aprovecha la furia del artista para victimizarse y generar una nueva portada. “Pelearé por la libertad de prensa, mi lema es: siempre toda la verdad”, le dice a sus colegas.
El artista plástico decide llevar el caso a tribunales, pese a la resistencia inicial de Miyako. Molestos ante la incesante invasión de sus vidas privadas, ambos ven cómo crece la asistencia a sus muestras de arte o sus recitales. “Todo lo que quieren es más escándalo”, dice el personaje interpretado por Mifune con amargura.
El director de la revista celebra: “¡No hay mejor publicidad que una demanda!” Es el gran villano: no le importa la veracidad de la información, se muestra tan arrogante como ambicioso y no duda en corromper al abogado de Aoye.
Las audiencias en tribunales adquieren una gran cobertura mediática, cada testigo declara bajo los permanentes fogonazos de los flashes, en una suerte de advertencia acerca de la incipiente espectacularización de la justicia. Con un final de redención para uno de los personajes más complejos y queribles (el abogado encarnado por Takashi Shimura), la película toma un tono cercano al cine de Frank Capra, aunque aquí el aire general es decididamente más amargo y el periodismo sufre la condena judicial.
Kurosawa aseguró que la película estaba basada en un caso real y representaba una protesta sobre “la habitual confusión de la prensa entre libertad y licencia. La intimidad personal nunca es respetada y las revistas de escándalo son las peores infractoras”.
Si bien no está considerada como una de sus obras mayores, el director muestra aquí su gran sentido de la puesta en escena: la cámara está ubicada donde debe estar en cada uno de los planos.
Manuel Barrientos y Federico Poore