
12
1950 |
Estados Unidos
Sunset Boulevard
El crepúsculo de los dioses / El ocaso de una vida
Director: Billy Wilder
Reparto: Erich von Stroheim, Gloria Swanson, Nancy Olson, William Holden
Periodismo como tema: Intermedio
IMDB: 8,4/10 |
Letterdbox: 4,4/5
G Oscar
Una reina del cine mudo se niega a aceptar que su estrellato ha terminado y contrata a un joven guionista para que le ayude a preparar su regreso al cine. El guionista cree que puede manipularla, pero pronto descubre que está equivocado.
En una casa habitada por fantasmas de un pasado glorioso, un joven periodista que busca triunfar como guionista y una diva de Hollywood en decadencia buscarán recomponer el destino de sus vidas. Considerada una de las grandes obras maestras de la historia del cine, fue una verdadera revolución en la forma de concebir la comedia, fusionándola con el cine negro de la mano del director y guionista Billy Wilder. Ya desde el título se anticipa que es cine sobre el mundo del cine, haciendo referencia a la avenida que atraviesa Los Ángeles y Beverly Hills, aunque también brinda agudos detalles sobre la representación que el séptimo arte hace del oficio periodístico.
El inicio de la película es deslumbrante. Plano del asfalto y la cámara se mueve hasta dejar ver el nombre de la calle sobre el cordón de la vereda, “Sunset Blvd.” Siempre con el mismo plano secuencia, los títulos se sobreimprimen en el pavimento. Cuando terminan los créditos, la cámara adapta una angulación normal y surge una grupo de motocicletas y coches de la policía. En la piscina de una mansión, se observa el cadáver de un joven. La voz en off explica: “Sí, esto es Sunset Boulevard, Los Ángeles, California. Son alrededor de las 5 AM. Es la brigada de homicidios, completada con detectives y periodistas. Han informado de un asesinato en una de esas enormes casas de la manzana 10.000. Podrá leerse en las ediciones de la noche, lo dirán por la radio y se verá en la TV porque una vieja estrella está implicada, una gran estrella. Pero antes de que lo oigan tergiversado y magnificado, antes de que los columnistas de Hollywood empiecen a escribir, quizá quieran ver los hechos, los verdaderos hechos. Si es así, han elegido bien. Ya ven que se ha encontrado el cuerpo de un hombre flotando en la piscina de la mansión con dos tiros en la espalda y uno en el estómago, nadie importante, un simple escritor de guiones con un par de películas de segunda clase en su haber. ¡Pobre tipo, siempre quiso una piscina! Bueno, al final consiguió una, sólo que el precio resultó ser un poco alto”.
Con esa advertencia sobre potenciales tergiversaciones periodísticas se da el pie a un flashback que recorre casi toda la película, desde el punto de vista del joven asesinado. Es decir, de Joe Gillis (William Holden), un guionista de un único traje remendado que busca lograr un éxito a través de su relación con una estrella del cine mudo, ya que de otra manera deberá volver a su trabajo como periodista en el Dayton Evening Post de Ohio.
La figura en cuestión es Norma Desmond (interpretada por Gloria Swanson, también estrella de la era muda), quien ansía volver a las ligas mayores. “Yo soy grande. Es el cine el que se ha hecho pequeño”, aclara. Luego, cuando vaya a la Paramount (la productora real de Sunset Blvd. y donde Swanson fue la estrella principal durante seis años) para encontrarse con el director Cecil B. DeMille, dirá: “Sin mí no habría ningún Paramount Studio”.
Contra la pretendida objetividad del periodismo tradicional, toda la película pone en tela de juicio el estatuto de la “verdad” por medio de diversos mecanismos. Por un lado, con un notable uso de la voz en off que lejos de cumplir el habitual rol omnipresente y omnisciente aquí presenta fisuras y ambigüedades. Si en aquel inicio esa voz previene sobre las distorsiones del periodismo, luego por el contraste entre la imagen y el sonido queda en evidencia la hipocresía del guionista (y por tanto se advierte al espectador acerca de la veracidad de aquello que dice). E incluso, más tarde se desdoblan los puntos de vista y queda claro que Gillis desconoce parte de la trama. Por otra parte, también el estilo de actuación especular y distorsionado de Swanson (tal vez una de las mejores actuaciones de la historia) apela a una suerte de juego de cajas chinas y pone en tensión la idea misma del verosímil cinematográfico.
La obra también es una denuncia irónica acerca del sistema de estrellas de Hollywood, en el que todo es efímero, en el que aquello que se adoraba, de golpe, se desvanece, se borra y se desprecia. De un sistema que olvida a aquellas estrellas que ayudaron a consolidar su presente y a las que Wilder decide rescatar no sólo por medio del personaje y la persona de Desmond/Swanson, sino también del criado Max Von Mayerling (encarnado por el director austriaco Eric von Stroheim, quien ayudó a consolidar la carrera de Wilder en Estados Unidos), otrora gran cineasta del cine mudo, quien ahora dirige la vida de Desmond como si fuera mera representación.
Y en un mundo periodístico que prioriza el sensacionalismo, el asesinato de Gillis es lo que le permite a Desmond volver estar frente a las cámaras, esta vez más televisivas que cinematográficas. Luego de rescatar al cadáver de la piscina, un policía intenta hacer una llamada a la estación central, pero se lo impide la columnista Hedda Hopper (que aparece interpretándose a sí misma), quien utiliza la línea para hablar con la redacción de la revista desde la habitación de Desmond. La actriz está en shock por la muerte del guionista, pero ante la mención de que hay cámaras de varios medios de comunicación (que incluyen al noticiero de la Paramount), desciende por la escalinata y afirma a los periodistas que se encuentra muy feliz de haber regresado al cine. “Muy bien, señor DeMille, estoy lista para mi primer plano”, asegura, creyendo que es parte del rodaje de un filme.
Un dato de color para los amantes de la crítica cinematográfica. Los editores de Cahiers du Cinema eligieron una imagen de Gloria Swanson y William Holden en la sala de proyección para el primer número de la revista, que se publicó en abril de 1951.
El inicio de la película es deslumbrante. Plano del asfalto y la cámara se mueve hasta dejar ver el nombre de la calle sobre el cordón de la vereda, “Sunset Blvd.” Siempre con el mismo plano secuencia, los títulos se sobreimprimen en el pavimento. Cuando terminan los créditos, la cámara adapta una angulación normal y surge una grupo de motocicletas y coches de la policía. En la piscina de una mansión, se observa el cadáver de un joven. La voz en off explica: “Sí, esto es Sunset Boulevard, Los Ángeles, California. Son alrededor de las 5 AM. Es la brigada de homicidios, completada con detectives y periodistas. Han informado de un asesinato en una de esas enormes casas de la manzana 10.000. Podrá leerse en las ediciones de la noche, lo dirán por la radio y se verá en la TV porque una vieja estrella está implicada, una gran estrella. Pero antes de que lo oigan tergiversado y magnificado, antes de que los columnistas de Hollywood empiecen a escribir, quizá quieran ver los hechos, los verdaderos hechos. Si es así, han elegido bien. Ya ven que se ha encontrado el cuerpo de un hombre flotando en la piscina de la mansión con dos tiros en la espalda y uno en el estómago, nadie importante, un simple escritor de guiones con un par de películas de segunda clase en su haber. ¡Pobre tipo, siempre quiso una piscina! Bueno, al final consiguió una, sólo que el precio resultó ser un poco alto”.
Con esa advertencia sobre potenciales tergiversaciones periodísticas se da el pie a un flashback que recorre casi toda la película, desde el punto de vista del joven asesinado. Es decir, de Joe Gillis (William Holden), un guionista de un único traje remendado que busca lograr un éxito a través de su relación con una estrella del cine mudo, ya que de otra manera deberá volver a su trabajo como periodista en el Dayton Evening Post de Ohio.
La figura en cuestión es Norma Desmond (interpretada por Gloria Swanson, también estrella de la era muda), quien ansía volver a las ligas mayores. “Yo soy grande. Es el cine el que se ha hecho pequeño”, aclara. Luego, cuando vaya a la Paramount (la productora real de Sunset Blvd. y donde Swanson fue la estrella principal durante seis años) para encontrarse con el director Cecil B. DeMille, dirá: “Sin mí no habría ningún Paramount Studio”.
Contra la pretendida objetividad del periodismo tradicional, toda la película pone en tela de juicio el estatuto de la “verdad” por medio de diversos mecanismos. Por un lado, con un notable uso de la voz en off que lejos de cumplir el habitual rol omnipresente y omnisciente aquí presenta fisuras y ambigüedades. Si en aquel inicio esa voz previene sobre las distorsiones del periodismo, luego por el contraste entre la imagen y el sonido queda en evidencia la hipocresía del guionista (y por tanto se advierte al espectador acerca de la veracidad de aquello que dice). E incluso, más tarde se desdoblan los puntos de vista y queda claro que Gillis desconoce parte de la trama. Por otra parte, también el estilo de actuación especular y distorsionado de Swanson (tal vez una de las mejores actuaciones de la historia) apela a una suerte de juego de cajas chinas y pone en tensión la idea misma del verosímil cinematográfico.
La obra también es una denuncia irónica acerca del sistema de estrellas de Hollywood, en el que todo es efímero, en el que aquello que se adoraba, de golpe, se desvanece, se borra y se desprecia. De un sistema que olvida a aquellas estrellas que ayudaron a consolidar su presente y a las que Wilder decide rescatar no sólo por medio del personaje y la persona de Desmond/Swanson, sino también del criado Max Von Mayerling (encarnado por el director austriaco Eric von Stroheim, quien ayudó a consolidar la carrera de Wilder en Estados Unidos), otrora gran cineasta del cine mudo, quien ahora dirige la vida de Desmond como si fuera mera representación.
Y en un mundo periodístico que prioriza el sensacionalismo, el asesinato de Gillis es lo que le permite a Desmond volver estar frente a las cámaras, esta vez más televisivas que cinematográficas. Luego de rescatar al cadáver de la piscina, un policía intenta hacer una llamada a la estación central, pero se lo impide la columnista Hedda Hopper (que aparece interpretándose a sí misma), quien utiliza la línea para hablar con la redacción de la revista desde la habitación de Desmond. La actriz está en shock por la muerte del guionista, pero ante la mención de que hay cámaras de varios medios de comunicación (que incluyen al noticiero de la Paramount), desciende por la escalinata y afirma a los periodistas que se encuentra muy feliz de haber regresado al cine. “Muy bien, señor DeMille, estoy lista para mi primer plano”, asegura, creyendo que es parte del rodaje de un filme.
Un dato de color para los amantes de la crítica cinematográfica. Los editores de Cahiers du Cinema eligieron una imagen de Gloria Swanson y William Holden en la sala de proyección para el primer número de la revista, que se publicó en abril de 1951.
Manuel Barrientos y Federico Poore