4
2017 |
Estados Unidos
The Post
Los archivos del Pentágono / The Post: los oscuros secretos del Pentágono
Director: Steven Spielberg
Reparto: Alison Brie, Bob Odenkirk, Carrie Coon, David Costabile, David Cross, Meryl Streep, Michael Stuhlbarg, Pat Healy, Sarah Paulson, Tom Hanks
Periodismo como tema: Central
IMDB: 7,2/10 |
Letterdbox: 3,4/5
N Oscar, N Golden Globes
Un encubrimiento que abarca a cuatro presidentes de Estados Unidos empuja a la primera mujer editora del país y al director del periódico a unirse a una batalla sin precedentes entre la prensa y el gobierno.
“En The Post, la democracia sobrevive a la oscuridad”, tituló el New York Times su reseña sobre esta obra de Steven Spielberg. Precuela con cuatro décadas de demora de All the President's Men, es una película que pone en valor el rol del periodismo en momentos en que la libertad de expresión se veía atacada por la administración de Donald Trump.
Basada en una historia real, tiene como punto de partida a la figura de Daniel Ellsberg, un investigador gubernamental que participó en la guerra de Vietnam. Defraudado por el accionar estatal y el doble discurso de los funcionarios, decidió filtrar los archivos secretos del Pentágono (que involucraban a cuatro administraciones: Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon) a The New York Times. Sin embargo, el fiscal general acusa al diario de violar la Ley de Espionaje, bajo el supuesto de que afecta a la seguridad nacional, y un juez ordena que se dejen de publicar los documentos. The Washington Post accede a los documentos y se abre una discusión interna sobre si publicar o no esa información. El ataque del gobierno de Nixon podría poner en peligro el ingreso a la Bolsa de Valores de la empresa. También afectaría a políticos demócratas cercana a la familia propietaria del Post. Pese a los reparos, Kay Graham (Meryl Streep) decide avalar el trabajo del equipo liderado por el director Ben Bradlee (Tom Hanks) y publicar los archivos. De esa forma, el caso llega a la Suprema Corte, que ratifica la prevalencia de la primera enmienda constitucional.
La película es un alegato sobre el trabajo periodístico y glorifica el accionar de Graham y Bradlee. En las reuniones con los potenciales nuevos accionistas, Graham sostiene: “La calidad impulsa la rentabilidad” y defiende los altos sueldos de los redactores, ante los recortes propuestos. De forma paralela, Bradlee se niega a seguir las órdenes de la Casa Blanca sobre la cobertura de la boda de la hija de Nixon. Las redacciones son gigantes, tanto la del NYT como la del Post. Hay café, pero no se observa alcohol ni tabaco, tal vez una marca más de época de la realización de la película que de la búsqueda de una reconstrucción híper-realista. La tarea de Graham, Bradlee y el equipo del Post es una cruzada a favor del periodismo como guardián de los derechos de los ciudadanos, que debe enfrentarse a las presiones políticas de la administración Nixon y a los intereses de los accionistas. Con esos dos frentes abiertos, la continuidad del diario está en peligro. Los inversores dudan de Graham, desconfían de que una mujer pueda estar al frente de un diario. Pero ella toma la decisión: su responsabilidad es con los empleados y con la empresa. Y sin libertad de expresión plena, no hay periódico ni bienestar de la Nación.
Una de las escenas más bellas recupera el trabajo analógico del periodismo, recuperando toda la cadena de montaje. La emoción de los periodistas de terminar la nota a altas horas de la noche y escuchar el encendido de la planta de impresión, con un magistral plano detalle de la tinta burbujeando antes de transformarse en palabras impresas. La Corte le da el aval a los diarios con un texto de resonancia histórica: “En la Primera Enmienda, los padres fundadores le dieron a la prensa libre la protección que debe tener para cumplir su papel esencial en nuestra democracia. La prensa debía servir a los gobernados, no a los gobernantes. Se abolió el poder del Gobierno para censurar la prensa, de modo que la prensa quedaría para siempre libre de censurar al Gobierno. Se protegió a la prensa para que pudiera descubrir los secretos del gobierno e informar al pueblo. Solo una prensa libre y desenfrenada puede exponer efectivamente el engaño en el gobierno.”
Con todo, la película extrañamente falla allí donde suele brillar el cine de Spielberg: el manejo de los tiempos narrativos; y, aún más, en la construcción de personajes que empaticen con los espectadores. Ambos elementos aquí se ven maniatados por la primacía del didactismo.
Basada en una historia real, tiene como punto de partida a la figura de Daniel Ellsberg, un investigador gubernamental que participó en la guerra de Vietnam. Defraudado por el accionar estatal y el doble discurso de los funcionarios, decidió filtrar los archivos secretos del Pentágono (que involucraban a cuatro administraciones: Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon) a The New York Times. Sin embargo, el fiscal general acusa al diario de violar la Ley de Espionaje, bajo el supuesto de que afecta a la seguridad nacional, y un juez ordena que se dejen de publicar los documentos. The Washington Post accede a los documentos y se abre una discusión interna sobre si publicar o no esa información. El ataque del gobierno de Nixon podría poner en peligro el ingreso a la Bolsa de Valores de la empresa. También afectaría a políticos demócratas cercana a la familia propietaria del Post. Pese a los reparos, Kay Graham (Meryl Streep) decide avalar el trabajo del equipo liderado por el director Ben Bradlee (Tom Hanks) y publicar los archivos. De esa forma, el caso llega a la Suprema Corte, que ratifica la prevalencia de la primera enmienda constitucional.
La película es un alegato sobre el trabajo periodístico y glorifica el accionar de Graham y Bradlee. En las reuniones con los potenciales nuevos accionistas, Graham sostiene: “La calidad impulsa la rentabilidad” y defiende los altos sueldos de los redactores, ante los recortes propuestos. De forma paralela, Bradlee se niega a seguir las órdenes de la Casa Blanca sobre la cobertura de la boda de la hija de Nixon. Las redacciones son gigantes, tanto la del NYT como la del Post. Hay café, pero no se observa alcohol ni tabaco, tal vez una marca más de época de la realización de la película que de la búsqueda de una reconstrucción híper-realista. La tarea de Graham, Bradlee y el equipo del Post es una cruzada a favor del periodismo como guardián de los derechos de los ciudadanos, que debe enfrentarse a las presiones políticas de la administración Nixon y a los intereses de los accionistas. Con esos dos frentes abiertos, la continuidad del diario está en peligro. Los inversores dudan de Graham, desconfían de que una mujer pueda estar al frente de un diario. Pero ella toma la decisión: su responsabilidad es con los empleados y con la empresa. Y sin libertad de expresión plena, no hay periódico ni bienestar de la Nación.
Una de las escenas más bellas recupera el trabajo analógico del periodismo, recuperando toda la cadena de montaje. La emoción de los periodistas de terminar la nota a altas horas de la noche y escuchar el encendido de la planta de impresión, con un magistral plano detalle de la tinta burbujeando antes de transformarse en palabras impresas. La Corte le da el aval a los diarios con un texto de resonancia histórica: “En la Primera Enmienda, los padres fundadores le dieron a la prensa libre la protección que debe tener para cumplir su papel esencial en nuestra democracia. La prensa debía servir a los gobernados, no a los gobernantes. Se abolió el poder del Gobierno para censurar la prensa, de modo que la prensa quedaría para siempre libre de censurar al Gobierno. Se protegió a la prensa para que pudiera descubrir los secretos del gobierno e informar al pueblo. Solo una prensa libre y desenfrenada puede exponer efectivamente el engaño en el gobierno.”
Con todo, la película extrañamente falla allí donde suele brillar el cine de Spielberg: el manejo de los tiempos narrativos; y, aún más, en la construcción de personajes que empaticen con los espectadores. Ambos elementos aquí se ven maniatados por la primacía del didactismo.
Manuel Barrientos y Federico Poore